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Comiendo petróleo [parte II]

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Desayuno “bajo en kilómetros” ofrecido por Amigos de la Tierra a los asistentes a la jornada en la UPO

Francesca es una estudiante italiana que está cursando un máster de investigación social aplicada al medio ambiente. “Es significativa esa denominación, como si fuera un medio ajeno a nosotros con el que no tuviéramos nada que ver”, reflexiona. Ella vino a Sevilla para realizar unas prácticas relacionadas con los estudios de Ciencias Sociales para el Desarrollo que completó en su país natal. Poco a poco fue orientando su carrera a la relación con el entorno, y “por eso he venido a esta jornada, la sostenibilidad me parece un tema fundamental para los próximos años”.

El carácter insostenible de nuestro sistema agroalimentario tiende a justificarse con el argumento de que, gracias a él, comer nos sale más barato. En contraposición, el profesor de la US Manuel Delgado aseguró que ese modelo “solo es válido para quienes lo dirigen, cuyos intereses están muy alejados de los nuestros”. Según Delgado, España se halla entre un exiguo grupo de países (muchos de ellos subdesarrollados) en los que el nivel de importaciones en relación con el consumo que hacemos es muy elevado: casi un 60%. Para colmo, para que este modelo de importaciones funcione, estamos explotando territorios (especialmente en Sudamérica) “en los que causamos estragos”.

De ahí que los costes sociales sean incalculables. Con este sistema, se desconecta la agricultura de su entorno, lo que ha provocado en los últimos años la destrucción de las explotaciones familiares en nuestro país (por ejemplo, en el sector de lácteos, donde han cerrado un 60% de los negocios). Además, se pone una gran cantidad de territorio al servicio de este modelo agroalimentario, ocupándolo e impidiendo que la población local obtenga recursos, por lo que acaba siendo desplazada (para la obtención de soja en el entorno del río Paraná, se explota una superficie del tamaño de la Península Ibérica, consumiendo para ello cuatro veces más agua que aquí).

A pesar de este desolador panorama, la buena noticia es que existen alternativas “relativamente sencillas y viables”, que parten de un enfoque diferente de la economía. Se trata de producir y distribuir de forma local, acortando los canales de comercialización. Es la llamada soberanía alimentaria: al fin y al cabo, “es fácil que los alimentos se hallen más cerca”. La Economía Ecológica pone en cuestión la necesidad de un comercio internacional tan sobredimensionado como el actual, partiendo no solo del coste monetario del sistema, sino también del nivel de recursos y energías que se gastan en el proceso.

Algunas empresas ya están empezando a plantearse esa idea de economía alternativa, una línea que parece más acorde con el sentido común. Por eso ha asistido a la jornada Carmen, que forma parte del equipo de Energés Gestión Medioambiental, dedicada a la instalación de energías renovables. Actualmente, este proyecto con sede en Sevilla está estudiando, en colaboración con la UPO, la viabilidad de aplicar energía fotovoltaica (por la acción de la luz) a la agricultura ecológica. Todo un reto para reducir costes y apostar por un modelo agroalimentario de distancias cortas, que surge -una vez más- de la participación en la sociedad de una universidad pública y de calidad.

Accede al informe completo en PDF


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